En ocasiones la vida y la muerte a penas están separadas por un fino hilo, que se puede romper y, en cuestión de segundos, cambiar todo nuestro mundo.
La ilusión de un test positivo, la emoción del primer latido, la increíble e indescriptible sensación de saber que hay vida en nosotras. Esos sentimientos que afloran en nosotras de forma natural y que se pueden desvanecer en un momento. La pérdida.
Mujeres que pasan por varios abortos sin una causa que lo explique. Mamás que tienen que dar a luz a un hijo sabiendo que nunca mas volverán a tenerlo en sus brazos. Bebés que se marchan y vuelan demasiado pronto. Perdemos, y mucho.
Perdemos abrazos, susurros, besos y caricias. Perdemos una parte de nosotras, que se va con ellos. Perdemos un hijo, independientemente de como se quiera definir: embrión, feto o neonato. Aborto, pérdida gestacional o pérdida neonatal. Meros tecnicismos para definir aquello que nunca nos gustaría que ocurriera.
¿Qué datos hay en relación a estas pérdidas?
Se estima que entre el 10 y el 25% de los embarazos resultan en un aborto espontáneo. La mayoría ocurren durante las primeras siete semanas y el riesgo decrece tras la semana 12. De hecho, el 80% de los abortos espontáneos ocurren durante las primeras 13 semanas.
Cuando hablamos de muerte perinatal, como norma general se acepta la definición que propone la OMS: Aquella que ocurre entre la semana 22 de gestación y los siete primeros días de vida del bebé. En el mundo, anualmente se producen alrededor de cinco millones de muertes perinatales.
Todo esto demuestra que los abortos y las muertes perinatales son mas frecuentes de lo que en un principio se podría pensar. Sigue siendo un tema tabú, poco comentado. No se suele hablar de ello. Es un momento muy duro emocionalmente que suele ir acompañado de sentimientos de pérdida y duelo, y no hablar del tema puede conllevar sensación de soledad y en ocasiones, de falta de apoyo.
¿Qué pasa cuando tengo un aborto?
Nuestro cuerpo puede no dar ninguna señal de que algo va mal. Podemos estar cansadas, con náuseas y vómitos. Podemos pensar que todo va bien porque me encuentro mal como siempre. O podemos empezar a sangrar. Nuestro cuerpo, cuando hay un aborto, puede generar contracciones uterinas para expulsar los restos del aborto y ser esto lo primero que notamos. Otras mujeres ni siquiera sangran pero les desaparecen esos síntomas tan molestos del primer trimestre.
Y cuando por mala decisión del destino esto ocurre, comienzan las dudas: ¿he hecho algo mal?, ¿puede ser por algo que haya tomado? Preguntas que muestran sentimientos de culpa, y que siempre que hay que tratar de resolver y aclarar.
En la gran mayoría de los casos, y estamos hablando de cerca del 80% de los casos, no hay nada que explique o que pueda indicarnos cuál es el motivo. Esto, en realidad, tampoco ayuda a la mujer y a su pareja. A veces, tener una explicación, saber porqué ha sido, puede ayudar. Pero nada más conocer la noticia, da igual. Es sentimiento de pérdida es enorme.
Y tras esto, la decisión de qué hacer. Les explicamos tratamiento médico o legrado. Pero la pareja necesita su tiempo de asimilar lo ocurrido. No les debemos dar información en exceso, pues no estaban preparados para esto. Pensaban en un embarazo y ahora deben decidir, siempre asesorados por nosotros, cómo terminarlo.
Si todo está bien y la mujer está estable, se les puede citar de nuevo en unos días para explicar el tratamiento, cuando poco a poco vayan asimilando la nueva situación.
Necesitan tiempo y se lo debemos dar. Debemos apoyarlos, tratar de resolver cualquier duda y ofrecerles todo lo que esté en nuestras manos para que puedan superar esta situación.
Pérdida perinatal y neonatal
Lo más duro a lo que se puede enfrentar una pareja que espera con gran emoción e ilusión un hijo. Notar un bebé que crece en nuestro interior, que interactúa con nosotros, que lo hemos visto por ecografía en numerosas ocasiones y que incluso tenemos su carita grabada. Parejas que se enfrentan a habitaciones vacías y cunas en las que no podrán disfrutar del sueño de sus bebés.
Qué difícil es darles esta terrible noticia a los papás. Lo peor de mi profesión, sin lugar a dudas.
Pero lo realmente importante son esas familias, que acaban de recibir la peor noticia de sus vidas.
Las mamás se enfrentan al momento de tener que dar a luz a un bebé que no va a poder quedarse con ellos. Bebés que nacen sin vida o que van apagándose poco a poco nada más nacer.
Qué duro. Qué difícil pensar que tras el parto vamos a poder disfrutar de nuestros peques y que no sea así. Tener la confianza en que todo vaya bien, y en segundos cambia todo. La difícil espera de ver cómo se va consumiendo su aliento poco a poco.
Cuando se confirma una muerte intraútero, y una vez hemos informado a la pareja, se debe finalizar el embarazo, inducir en el caso de que la mujer no estuviera de parto. Pero se le debe dar todo el tiempo que necesiten. Explicar todo. Darles mucha intimidad y que sepan que están acompañados en todo momento por nosotros. Necesitan cantidades increíbles se cariño, apoyo, dedicación por nuestra parte y empatía.
Y tras el parto, permitirles su momento con el bebé. Tan largo como ellos quieran. Permitámosles abrazarlo, acunadlo y despedirse. Que le susurren al oído todo aquello que les hubiera gustado decirle durante toda la vida. Darles unos momentos para ello solos.
¿Cuándo podrían intentar un nuevo embarazo?
Cuando la pareja lo desee y esté preparada. Cuando hayan pasado el duelo que necesiten. Porque necesitan pasar ese duelo.
Duelo perinatal
Leía hace unos días en una publicación sobre duelo perinatal, que “cuando se produce una pérdida durante el embarazo, la vida y la muerte caminan juntas. Es una paradoja para la que nadie está preparado y por eso es tan delicado saber qué decir o hacer”.
La experiencia clínica demuestra que, tras la pérdida perinatal, la persona en duelo experimenta shock e insensibilidad, aturdimiento y dificultades para funcionar con normalidad. Siente añoranza y tiene conductas de búsqueda, con irritabilidad, labilidad, debilidad y sentimientos de culpa. Posteriormente aparece la desorientación y desorganización de la vida cotidiana, con sensación de vacío y desamparo. Se sienten desautorizados para estar en duelo, temen enfermar y deprimirse. Estos fenómenos comienzan cuando todo el mundo se sorprende de que no lo haya «superado», pues «hay que seguir adelante»… y tener otro hijo. Finalmente se produce una reorganización en la que, sin olvidar la pérdida, se rehace la vida y se recupera la capacidad de disfrutar. Y cada persona necesita que todo esto ocurra durante un periodo de tiempo que puede ser mas o menos largo. No debemos forzar. Debemos permitir que se tomen su tiempo.
Por todas estas etapas deben pasar la mujer y su pareja. Nuestro aprendizaje como profesionales para desenvolvernos en estas situaciones, tiene que ver con saber estar, escuchar y comprender la pena ajena. Empatizar con la pareja.
Los padres nunca olvidan la comprensión, el respeto y el calor que recibieron de los profesionales sanitarios, de la familia y de los amigos, que llega a ser tan duradero e importante como los recuerdos del embarazo que han perdido y de la corta vida de su bebé.