No es ningún secreto afirmar que la culpa es una molesta compañera durante la maternidad.
Es también posible que a lo largo de los primeros años consigamos deshacernos de ella o integrar recursos para mirarla de frente y luego dejarla a un lado. Y entonces llega la bimaternidad. Y parece que volvemos al nivel 1 del juego. Es habitual que, durante los primeros días o semanas después de parir, empecemos a sentir que reaparece.
A veces aparece cuando estamos durmiendo a nuestro hijo mayor. Que mientras le acariciamos el pelo nos invada la tristeza y las lágrimas se escapen. Que nos visiten la nostalgia y la pena. Parte de esta sensación puede venir de las hormonas del posparto, la sensibilidad, que estamos recién paridas… Pero también es cierto que el tiempo que dedicábamos a nuestro hijo mayor ya no es el mismo. Ahora tenemos otro bebé que nos necesita mucho. Y esto implica cambios y adaptación para todas.
«A menudo se nos olvida que nosotras también necesitamos adaptarnos.»
Es importante que nos podamos permitir sentirnos así. Transitar la emoción. Durante el embarazo nos preocupamos mucho en pensar cómo será la adaptación para nuestro hijo mayor, pero a menudo se nos olvida que nosotras también necesitamos adaptarnos. Poco a poco podemos ir haciendo lugar a lo que sentimos. Irlo entendiendo. Y luego, ya veremos qué podemos hacer.
Quizá podemos buscar, aunque sean cinco minutos al día, para estar a solas con nuestro hijo mayor. Sin el bebé. Para estar disponibles en mente y también en cuerpo. Seguramente os ha pasado, si habéis porteado a vuestro bebé, que cuando intentáis abrazar al mayor es incómodo, con el bebé en medio, como que cuesta encontrar la manera. Es una representación muy gráfica de lo que pasa cuando estamos con las dos criaturas a la vez. Por eso es importante encontrar espacios de mirada única, aunque sean cortitos. Donde tu cuerpo esté también disponible. Donde os podáis encontrar. Abrazaros fuerte. E incluso, si te apetece, puedes decirle a tu hijo mayor que lo echas de menos. Que tienes muchas ganas de estar con él o con ella. Si nosotras nombramos estos sentimientos, estas emociones, si lo hacemos evidente, quizá será más fácil también para ellos poder decirlo. Poder ir poniendo palabras a lo que están viviendo.
«Con esa calma, el silencio que traen el posparto y un recién nacido. Y de golpe llega tu hija mayor del colegio. Con sus manos sucias, su energía, sus ganas de correr y jugar. Y quizá piensas ‘ay no, ahora no!’ «
Con nuestra criatura mayor además se mueven emociones complejas. Puede ser que a veces lo eches de menos, pero puede ser también que a momentos te genere rechazo. Quizá estás en la cama con tu bebé. Con esa calma, el silencio que traen el posparto y un recién nacido. Y de golpe llega tu hija mayor del colegio. Con sus manos sucias, su energía, sus ganas de correr y jugar. Y quizá piensas “ay no, ahora no!”. Y justo después de pensarlo te sientes fatal. Estás hablando de tu hijo. ¿Cómo puede ser que sientas esto?
Pues sí. Puede ser. Que quieras muchísimo a tu hija mayor no es incompatible con que estés criando a un recién nacido y que también quieras y necesites atender a sus necesidades. De hecho, si de casualidad pones un documental de esos de la dos y ves a cualquier mamífera, verás claramente como aparta o incluso ruge a su cría mayor para poder dedicarse a estar con el pequeño.
Obviamente tu no vas a rugirle a tu hijo, pero quizá te ayuda a entender de dónde viene este sentimiento. Tiene la función evolutiva de proteger a tu bebé. De darle el espacio y los cuidados que necesita.
Sentir todo esto forma parte del proceso de convertirte en madre de dos. Y no te hace peor madre. Simplemente estás elaborando la llegada de este nuevo bebé. Y estás reelaborando la relación y el vínculo con el mayor.
A todo este cocktail de sentimientos que tenemos con el hermano/a mayor, se suma también que estamos integrando a un nuevo miembro en nuestra familia. Y es habitual que las madres de dos o más criaturas sintamos también cierta culpa hacia este bebé que acaba de llegar. Quizá porque tienes la certeza de que no lo estás mirando tanto como al mayor. Quizá porque se pasa las tardes metido en el foulard de porteo y casi ni le ves la carita. Quizá porque sientes que no le estás dedicando el mismo tiempo que al mayor. En resumen, quizá porque sientes que este posparto no está siendo igual que el primero.
Y es cierto. No está siendo lo mismo. Y qué bien que sea así. Es verdad que los hermanos pequeños no reciben la misma mirada que los mayores. Pero también se encuentran con madres más experimentadas, más tranquilas, menos sufridoras. Y esto también es una ventaja. Es verdad que no lo estamos mirando lo mismo que al mayor. Pero quizá tiene más ojos que lo miran. No solo de su hermano mayor, sino quizá también del padre o la pareja, que está más presente, o de la abuela que viene todas las tardes.
Es importante que cuando nos convertimos en madres de dos entendamos y nos recordemos que lo estamos haciendo tan bien como podemos. Que lo estamos haciendo suficientemente bien. Y que nuestras criaturas se están sintiendo suficientemente queridas.
Y eso es lo que importa. Que vayamos aprendiendo mientras caminamos. Y mientras caminamos también podemos ir dejando la culpa atrás, haciéndonos cargo de la situación y aceptándonos tal como somos.
Paola Roig
Psicóloga perinatal y Psicoterapeuta
@paoroig