Hace dos años, en una semana que fui madre. El embarazo, 9 meses y una semana, fue para flipar. Una montaña rusa de emociones desde el minuto uno, pero ahora me gustaría centrarme en la lactancia.
Desde que supe que iba a ser madre, me empapé rigurosamente de todos los libros que había sobre lactancia actualizados, todos los videos del YouTube, sesiones de lactancia… Pero todo sucedió rápido, mal y sin aviso.
«Me siento engañada»
Cuándo Andrea nació, directamente se enganchó en mi pecho izquierdo cuál cachorro, yo alucinando, en una cama, la miraba y pensaba, ¿Quién le ha enseñado a chupar? Pegaba muchísimos chupetones, y dormía, así estuvimos la noche entera, nuestra primera noche! Más de tres horas de chupetones, al pezón izquierdo, y así, amaneció un nuevo día.
Cada hora que pasaba yo sentía que ese no era el ritmo nuevo que quería seguir, mi marido, voló a por pezoneras y yo sentía qué algo se me estaba escapando. Aún así, seguí. Cada hora la ponía en el pecho, izquierdos, derecho. Me dolía muchísimo. Pensaba por segundos que me iba arrancar los pezones de lo que chupaba y allí estaba yo, y ella. Pero alrededor, una enfermera casi gritándome diciendo que no la ponía bien y una suegra diciéndome que estaba muy nerviosa. Yo tenía preconcebida la idea de que iba a darlo todo, que ese era mi trabajo ahora mismo y que así iba a ser…
Y así, pasaron nuestras primeras 24 horas en un abrir y cerrar de ojos y yo, empezando a hundirme. Andrés, mi marido, tampoco estuvo muy fino, no sabía si tirar a la derecha, izquierda o tirarse directamente por la ventana… Cada hora que pasaba era un infierno más grande.
Llega la hora de venir a casa, al entrar por la puerta, sentí un alivio infinito. Tenía claro que no iba a invitar a nadie y también tenía claro que algo estaba fallando. Y así empezó nuestra pesadilla.
Andrea demandaba muchísimo, yo sentía unos rayos enormes en la espalda y salía leche, mucha leche pero cada vez que le daba el pecho, por no decir que eran 24horas con ella en el pecho, tenía que morder una gasa, me salían unas lágrimas cómo gotas enormes de lluvia y los ojos se me iban a salir de órbita.
Cuatro días después de dar a luz, empecé con 40 de fiebre. La matrona decía que todo era normal, era la subida de la leche pero yo, no me sentía normal. Abducida por mi nueva maternidad, por ser madre primeriza y por todos los comentarios que rondaban mi cabeza, no paraba ni un segundo del día, mi trabajo, dar pecho todo lo que Andrea quisiera, y la rutina ya estaba integrada, Ibuprofeno y Paracetamol cada 4h, pezonera, gasa en boca y a sufrir.
Día 14 después de dar a luz, me despierto con un bulto en el pecho izquierdo abajo, me siento en el baño, empiezo a mirarmelo y no podía ni tocarmelo. Directamente a la matrona… Mastitis. Ponte hojas de col y la niña todo el día en ese pecho y se te pasará… Vuelta a casa, Andrea 24horas en el pecho.
Dos días después, vuelta la matrona. Antibiótico y hojas de col…
Seis días después, 20 días después de dar a luz, urgencias… En Granada hay dos hospitales. Dónde yo había dado a luz y el nuevo hospital.
Dónde di a luz, me trae muy malos recuerdos, todo antiguo, enfermeras cansadas, médicos aburridos… Y allí nos presentamos, en urgencias.
Confirmado una mastitis pero se te quitará con el antibiótico…
Día 26, me desmayo en casa, ya no puedo aguantar el dolor. Es tan profundo que me llega al hombro y del hombro, se me pasa como al cerebro. Es hasta ahora, la peor sensación que he podido tener corporalmente.
7 de la mañana, del 7 de septiembre, hospital nuevo de Granada.
La sensación que tengo cuando llegamos allí es la de rabia+ impotencia.
Rabia porque era una mujer primeriza en su cuarentena sufriendo de dolor desde hacía 26 días, impotencia de no aceptar que esto, no era para mí y que YO, no quería…
Imaginar cómo estaba el pecho que no pudieron hacerme ni una ecografía.
Absceso mamario, ingreso y operación!!!
Jamás me habían operado, nunca había estado en un hospital excepto para parir… Podéis imaginar mi estado.
Ahora me viene al recuerdo la imagen de estar llorando dándole el pecho Andrea por última vez, sufriendo, si, pero mirándola cómo liberada o semiliberada.
Lo peor, parecía que ya había pasado pero la herida, abierta, había que hacer curas diarias.
Además, el pecho vendado seis días, sacándome leche de el pecho derecho porque iba a explotar y sintiéndome la peor madre del mundo porque hasta la anestesista me dijo que no desistiera de la lactancia materna.
Durante 12 días, esa habitación fué nuestro hogar para los tres.
Las pastillas para que se me fuera la leche no hacían efecto y cada vez que Andrea lloraba los pezones querían salirse del vendaje.
Las curas, todos los días, dolorosas al borde de querer morir pero me consolaba pensar que el dolor de mastitis ya se había ido.
Al salir del hospital, de nuevo. Pensábamos que todo iba a salir genial, pero no… Ha sido un año de altibajos, sigue siéndolo cada vez que lo pienso o revivo. No hablo con nadie sobre esto, me siento encerrada en un mundo de viva la lactancia y todo es maravilloso y perfecto.
Me siento engañada por los libros donde en ninguno decía que los pezones podría ser que fuera la misma sensación que arrancartelos pero sobre todo. Me siento mala madre y por eso he escrito todo esto.
El peso de ser mala madre por no darle el pecho a mi hija y además, por no encontrar absolutamente a nadie que haya tenido una mastitis.
Me siento engañada por el sistema, el sistema que promueve la leche materna porq la OMS dice que es lo mejor.
Pues lo siento lector@s, lo mejor es lo que haga a la madre sentirse MEJOR. Ni más ni menos…
Noemí Palma
Madre