Ese mismo momento que lo coges en brazos, cruzan por tu mente miles de planes, cumpleaños, parques infantiles, multitud de amigos jugando alrededor, logros uno detrás del otro, etc..
Todos esos planes se caen desde un sexto piso al suelo en seco, las llamadas para cumpleaños, viajes, se transforman en viajes al hospital, llamadas de especialistas que en mi vida había escuchado, estudios por aquí, y en vez de estudiar sobre cómo enseñar a dejar el pañal, pasas a estudiar patologías, empiezas a ver lo difícil que es que empiece a caminar, a comer un simple yogurt.
Las reuniones de muchos pasan a ser de pocos, aquellos que han querido quedarse, porque otros muchos dejan de entender que tus prioridades han cambiado.
El sueño de ese hijo se entierra, pero das vida a otro sueño distinto, o parecido pero por otro camino, un camino lleno de piedras pero con luces que reflejan de entre los árboles que te vas cruzando.
Vas entendiendo realidades similares, realidades no comparables, realidades que te suben el nivel de empatía, de inclusión, de optimismo.
Entiendes que la vida a es eso, no trae manual, no es viable planificar, no tiene que ser normativamente perfecta porque lo que tú haces ya es perfecto.
Tener un hijo con discapacidad es lo más duro y a la vez más mágico del mundo, las lágrimas al mínimo avance son de total satisfacción de haber logrado aquello que se han propuesto
Tener un hijo con discapacidad te hace entender que la vida es más simple que lo que nos cuentan, y que desdramatizar es uno de tus mejores aliados.
Este lado de la maternidad es jodido, pero también lo mejor que he podido vivir sin buscar en mi vida.
Escrito por Nicole @locuraconwilliams