Las madres estamos exigidas en muchos sentidos. La sociedad espera mucho de nosotras, y en ocasiones (más de las que nos gustaría) caemos en querer encajar en ese molde de perfección. A menudo se espera de nosotras que hagamos algo determinado. Que seamos de determinada manera. Y a veces, hasta que sintamos de una manera concreta.
Se presupone que al ser madres debemos sentirnos felices en todo momento. Se nos hace creer, casi desde que somos niñas, que ser madres es nuestro objetivo en la vida. Nuestra meta. Y cuando llega el momento¿cómo no vamos a sentirnos exultantes de felicidad?
Ya desde el embarazo se supone que debemos estar encantadas. Que debemos sentirnos conectadas con el bebé desde el mismo momento en el que vemos el positivo. Y luego, al nacer el bebé es obvio que no podemos tener ninguna queja: tenemos a nuestro bebé en brazos, qué más podemos pedir?
¿Qué significa estar conectadas?
Esta romantización del embarazo y la maternidad nos genera cierto malestar. Las madres, igual que el resto de personas, tenemos emociones de todo tipo. A veces sentimos que ser madres compensa todo. Pero también puede ser que haya ratos en los que no nos sintamos así. En los que sintamos miedo, tristeza, cansancio e incluso hartazgo. Recuerdo perfectamente como, con cierta vergüenza, una mujer de uno de los grupos de embarazo que acompaño, mencionaba que ella aún no se sentía muy conectada con el bebé. Que aún ni siquiera lo notaba.
Comentaba que se pasaba el día vomitando, que se encontraba fatal y que ahora mismo, no sentía vínculo. Decía que se sentía fatal por siquiera decir eso en voz alta, pero que necesitaba sacarlo. En ese momento se me ocurrió plantear algunas preguntas al grupo: ¿Qué significa estar conectadas con nuestra criatura? ¿Qué expectativas teníamos sobre lo que íbamos a sentir? ¿Qué estamos sintiendo exactamente?
Estas preguntas no se aplican solo en el embarazo, sino también cuando ya tenemos a nuestro bebé en brazos. El vínculo está en las pequeñas cosas. Quizás no es la película romántica que nos habían vendido. Pero está presente.
Cuando te tocas la barriga porque lo notas. Cuando lo vas preparando todo para su llegada. Cuando sin darte cuenta hablas a tu barriga (en voz alta o por dentro). Cuando compras esa ropa y te imaginas cómo le quedará. Cuando imaginas cómo serán sus manos. Está en las caricias que le haces mientras lo miras. En la nana que le cantas. En las suposiciones que haces sobre lo que le sucede: “Ay, debes de tener frío, venga que te tapo”. En la sonrisa que aparece en tu cara cuando lo miras dormir. Ahí está el vínculo.
No todas nos sentimos igual
Es importante mencionar que no todas sentimos ese amor a primera vista cuando nos ponen a nuestro bebé encima. Depende de muchos factores: De cual ha sido nuestra vivencia del embarazo, cómo ha sido el parto, cómo nos hemos sentido, cómo nos han acompañado. Todos estos factores pueden incidir en el vínculo. No es lo mismo entrar a la maternidad con sensación de control y poder que entrar con miedo y susto. Quizás necesitamos unas horas, o unos días para recomponernos de esa experiencia. Quizás necesitamos un espacio para sanar. De alguien que nos acompañe a poder colocar todo lo que sucedió. Las psicólogas perinatales te acompañamos también en estos procesos.
No te juzgues, no te culpes si no sientes ese enamoramiento que te habían prometido. Date tiempo. Date espacios. Busca intimidad, calor, piel, oscuridad. Protege esos momentos en los que tú y tu bebé os vais a ir (re)conociendo al otro lado de la piel.
Últimamente está de moda hablar de la crianza con apego. Y se suele hablar de ella asociándola a cosas concretas: el colecho, el porteo, la lactancia materna… Y es que pensar en el vínculo y en el apego en esos términos, es un error. El vínculo no depende de qué hagamos, sino de cómo lo hagamos. Desde que lugar. Puedes dar la teta a tu bebé mirando el móvil y puedes darle un biberón estando piel con piel, sintiendo su cuerpecito caliente, estando pendiente de sus señales de saciedad y de hambre.
No, el vínculo no está en esas cosas. Está en la actitud. En la apertura. En la conexión. Primero en la conexión que tienes tú contigo misma. Esa conexión que te permite mirar hacia dentro y saber qué es lo que ahora necesitáis tú y tu bebé. Esa conexión que te permite apagar el ruido de fuera (en forma de exigencias, opiniones, etc) y hacerte caso. Es desde ese lugar, desde esa verdad interna, que podrás conectar con tu bebé.
Paola Roig
Psicóloga perinatal y Psicoterapeuta
@paoroig