Los bebés que están expuestos a la caspa de los animales, los alérgenos de cucarachas y a los gérmenes domésticos durante su primer año parecen tener un menor riesgo de alergia y asma, según muestra un estudio reciente.
Probablemente te resulte familiar la hipótesis de la higiene: los niños que crecen en entornos demasiado limpios y sin gérmenes desarrollan un sistema inmune hipersensible. Según la clínica Mayo, la exposición infantil a los microbios y a determinadas infecciones ayuda al desarrollo del sistema inmune. Esto le enseña al cuerpo a diferenciar entre las sustancias que no son perjudiciales de las que sí (las que desencadenan asma y alergias). En teoría, la exposición a determinados microbios enseña al sistema inmune a no reaccionar en exceso.
Otros estudios también han demostrado que los niños que crecen en granjas, y son expuestos de forma regular a microbios, tienen tasas más bajas de alergia y asma, siendo de mayor riesgo los niños de zonas urbanas que están expuestos a altos niveles de sustancias provenientes de cucarachas y ratones. Lo que esto nos muestra es que la prevención del asma no es algo tan simple como evitar el jabón antibacteriano, tener una familia numerosa o pasar tiempo en una granja.
El Estudio de Medio Ambiente Urbano y Asma Infantil examinó el nacimiento de un grupo de 560 niños con un alto riesgo de asma en Baltimore, Boston, Nueva York y St. Louis durante tres años.
Midieron el nivel de exposición a los alérgenos, así como el contenido bacteriano del polvo de la casa, y controlaron a los bebés para detectar alergias y sibilancias (sonido silbante durante la respiración) mediante exámenes físicos, pruebas de sangre y pinchazos en la piel.

El equipo que examinó estos datos, descubrió que los bebés que crecieron durante su primer año en casas con excrementos de cucarachas y caspa de ratón y gato tienen tasas más bajas de sibilancia a los tres años, en comparación con los bebés que no estaban expuestos a estos alérgenos. Además, la exposición a estos tres alérgenos redujo el riesgo más que la exposición a solo uno o dos.
Alrededor del 40% de los niños sin alergias y sibilancias crecieron en hogares con los niveles más altos de alérgenos y la variedad más abundante de especies bacterianas. Por el contrario, sólo el 8% de los niños que sí sufrieron ambos síntomas había estado expuesto a sustancias similares durante su primer año. Las sibilancias fueron tres veces más comunes entre los niños que crecieron sin exposición.
Sin embargo, los efectos protectores desaparecen si los bebés son expuestos después de su primer año. Según dijo Robert Wood, del Centro para Niños Johns Hopkins, «la exposición durante el primer año puede ser algo crítico […]. No sólo muchas de las respuestas de nuestro sistema inmune se configuran en el primer año de vida, sino que también ciertas bacterias y alérgenos desempeñan un papel importante en estimular y capacitar al sistema para que se comporte de cierta manera».
El estudio fue publicado en el Journal of Allergy and Clinical Immunology.